jueves, 29 de enero de 2015

Ruz-Bárcenas, reír por no llorar

Informar, formar y entretener, tres preceptos que han de inspirar y mover al buen periodista (al margen de no engañar, sesgar, omitir, trampear...). Asimilables al buen teatro. La función social del mismo ha sido profundamente teorizada. Y ejemplos hay múltiples de su aplicación práctica. Desde Buero Vallejo pasando por Bertolt Brecht, o su utilización como herramienta pedagógica (ideológica) en los comienzos de la revolución soviética (que dejó nombres imprescindibles, como Stanislavski -buena parte del gran cine y sus actores no se entenderían sin él- o el vanguardista Meyerhold). La gran pantalla poco a poco desbancó al teatro como la más popular de las artes en los albores del siglo veinte, entendida en la acepción de “accesible al mayor número posible de bolsillos”. Uno de los divertimientos más comunes en época grecorromana, también en el siglo de oro español, nos ha dejado un sinfín de obras que nos permiten hacer un retrato certero de su tiempo: cómo se vivía, se pensaba, se actuaba (en, y fuera de las tablas), su identidad política, moral, religiosa.