martes, 3 de febrero de 2015

Autorretrato de un joven capitalista español

Nunca había visto un monólogo. Me he estrenado.

No se trataba del mítico Cinco horas con Mario, es cierto. Tampoco uno de esos a los que nos hemos acostumbrado por obra y gracia de la televisión, siempre con un único propósito, el humorístico. No era el momento, ni tampoco mi motivación. Una bombilla me atraía como a una polilla, y la fama precedía al montaje. Además, en un uno contra la platea, no siempre se tiene la oportunidad de que ese único ponente sea un tal Alberto San Juan. 
Se deben hacer una serie de consideraciones antes de reflexionar sobre lo que San Juan ofreció en el teatro Jovellanos de Gijón, cuando los previstos 50 minutos, mutaron en unas fulgurantes dos horas ante un público extasiado (la prensa local habló al día siguiente de unos 800 espectadores, con al menos el patio lleno) y entregado al cómico (en su acepción global de actor, no solo intérprete de comedia), que hubiera pedido más, y más, y más. Se le acabó el agua, y se terminó la función, en un abrir y cerrar de ojos de risas, confidencias y asombros. 


 

Primera consideración, definir joven: según la RAE, “de poca edad”; en el caso de San Juan, nacido, como él mismo se encargó de recordar en los prolegómenos, en 1968. Un joven de apenas 47 años.

Segunda consideración, definir capitalista. Volviendo a la Real Academia, perteneciente al “régimen económico fundado en el predominio del capital como elemento de producción y creador de riqueza”. Resumiendo, el dinero manda.

Y español. Aquí, que cada cual decida su significado, porque pocas veces una nacionalidad ha creado tanta controversia como la nuestra.

Pues bien, los dos últimos términos del título son los realmente trascendentes. Sobre la historia (intrahistoria, y por qué no decirlo, infrahistoria) de las cloacas del capitalismo español desde 1968 glosa Alberto San Juan. Comenzando en plena dictadura franquista, finalizando en la cuestionada democracia actual, con un punto álgido en la llamada transición (que algunos convierten en transacción). Su vida (comenzada en ese año de míticas resonancias libertarias), es la excusa e hilo conductor para atraparnos, ganarnos y no soltarnos: entre risas, despertares de bruces, convencidos (y no solo entre los simpatizantes de Podemos, que los había), y escépticos, que también habría alguno (no todos reían o asentían, y algún silencio tenso se pudo comprobar a mi siniestra). Y un absoluto sinsentido del ridículo, capacidad de autocrítica sin igual, y entrega máxima para ganarnos a todos.

Atractivo de San Juan


San Juan no ha perdido un ápice de su atractivo, a pesar de mortificarse sobre el perfil curvo de su barriga. Ni entre el sexo femenino (hubo un ¡guapo! que captó su atención y desató su capacidad improvisatoria), ni entre el masculino. Entre ambos géneros, atractivo físico e intelectual. Se presta al sarcasmo que no hace tanto un conocido (¿ignorante, osado?) presentador televisivo minusvalorase su figura en una entrevista sobre un sofá (Alberto, un señor, pasó por encima de su interlocutor sin soliviantarse, cuando su trabajo apenas se mencionó de soslayo). La figura de alguien que fundó y formó una compañía transgresora como Animalario, con su culmen mediático, a la vez tumba, como veremos, en la ceremonia de los Goya de 2003, la del “No a la guerra” (aún conservo una pegatina en casa de mis padres, bien anclada junto al enchufe de la cocina), pero también con obras incómodas, cierto que un mosquito intentando chinchar al establishment (aunque muchos mosquitos pueden hacer mucho daño), como “Alejandro y Ana, todo lo que España no pudo ver del banquete de boda de la hija del presidente”, o clásicos como “Marat Sade” (mi estreno a fuego como espectador en la escena madrileña, con una propuesta de crítica para una jefa de sección cuya respuesta aún espero), estrenada décadas antes por Adolfo Marsillach en tiempos difíciles, y cuyo relevo tomó Alberto San Juan bajo la dirección de Andrés Lima (patrón a su vez de Los Mácbez) para el Centro Dramático Nacional.

San Juan, de niño tímido, adolescente apocado, joven estudiante de periodismo (que hablaba con voz de pito, para sí, hasta que visitó a un logopeda), a actor de éxito y, finalmente, a sujeto comprometido con su entorno, en crítica continua con las desigualdades y en pos de un mundo más justo (se puede estar de acuerdo o no con el sujeto de cambio que ha escogido, mojándose por Podemos en reiteradas ocasiones), y sobre todo, en crisis permanente y cada vez más alejado de los mass media, aunque no tanto como su amigo Guillermo Toledo, arrojado a las catacumbas. Es lo que tiene haberse mojado, haber saltado la raya de lo que el sistema tolera. “¡Quiero trabajar!” Insiste durante toda la representación. Los cauces oficiales parecen habérsele cerrado. Él, que llenaba salas de cine, que era un sex symbol nacional. ¡Que ganaba dinero y se paseaba en un Mercedes! ¿Cuántos pueden presumir de tener un Goya en su vitrina, por ese trompetista perdedor de la muy recomendable “Bajo las estrellas", basada en la obra "El trompetista de la utopía", de Fernando Aramburu? Y es bastante probable que otros con mejor cartel, pero inferior talento, le ganen los papeles.

La necesidad de expresarse, le ha llevado a ser uno de los cofundadores del Teatro del Barrio. Un lugar en el que se gestan alguno de los experimentos más transgresores de las artes escénicas del momento. San Juan parió el anteriormente analizado Ruz-Bárcenas, y ahora, donde le llaman, no deja títere sin cabeza en este autorretrato, su propia vida, que es esta obra.

Hijo del recientemente fallecido Máximo, el dibujante de las páginas de editorial de El País, bien relacionado, pues, con periodistas que conocen bien los sótanos del poder, San Juan, además, ha bebido en fuentes alternativas, que no llegan al gran público, para ofrecer un por qué han pasado las cosas como las conocemos un tanto diferente a lo que nos han contado, y a lo que sigue siendo dogma de fe. 

Democracia secuestrada 


Desde el Portugal de la Revolución de los Claveles (mientras suena Grándola Vila Morena de Zeca Afonso) secuestrado por el Departamento de Estado de Usamérica para mayor lucimiento de la socialdemocracia alemana (“Billy Brandt le dijo a Kissinger, aquí en Europa no pongamos otro dictador, hagámoslo a mi manera”, resume San Juan al hablar de la llegada de un poco conocido Mario Soares al poder), a la muerte en la cama de Franco y el acceso a la jefatura del estado de un rey Juan Carlos que había jurado los principios del Movimiento y heredado el poder de forma directa del dictador: “¿Por qué siempre nos lo pintan como si le faltase alguna luz?”, viene a decir el protagonista. San Juan caricaturiza a Franco, a Juan Carlos (y los petrodólares), pero no los tontifica, como parece últimamente la tónica, sino los sitúa en su justa medida de detentadores del poder, para salvar al pueblo. “Atado y bien atado”, resalta la frase del dictador. Y nos hace ver, con actitud socrática, que los hilos de la alta política (nunca he entendido su significado, más allá del alejamiento del común de los mortales) se manejan a puerta cerrada, sin luz ni taquígrafos, pero con muchos intereses cruzados y componendas en juego.

Y cuenta cómo su despertar sexual fue tardío, o cómo el cine le ha dado la espalda, salvo por un par de intervenciones en los últimos meses, en una “sustituyendo a Hugo Silva” (se mofa de sí mismo), y en otra, porque el único al que el director pudo salvar del veto fue a él. Al menos, los aficionados podemos verle estos días en la gran pantalla en “Las ovejas no pierden el tren”, de Álvaro Fernández Armero.

Y recuerda el papel adquirido por la banca desde el 18 de julio del 36. Y el que tiene hoy en día. Y cómo EEUU se encargó de mantener a Franco porque suponía defender sus intereses, sustentadas sus afirmaciones en estadísticas, pero también en papeles secretos desclasificados en el país norteamericano.

Siempre ameno, ligero y profundo, cin ritmo buscado y encotnrado, sus invectivas se dirigen también hacia Felipe González (“al que nadie conocía, pero que salió de España escoltado por los servicios secretos del régimen para que pudiese participar en Francia en el congreso del PSOE en Suresnes”), de quien apunta el apoyo, como en Soares, de la socialdemocracia europea y del departamento de estado norteamericano para alcanzar el poder en detrimento de quienes se habían fajado en la lucha clandestina, eternos perdedores...

Alberto alcanza toda la atención. Genera sonoras carcajadas, ovaciones espontáneas. De vez en cuando deja caer algún cotilleo... Como el referido a los últimos presidentes de la Conferencia Episcopal, o vinculando al pequeño Nicolás por vía familiar con aquellos espías que escoltaron a Felipe...

La entrada en la OTAN, la renuncia del PCE a sus señas de identidad, el por qué nadie ha explicado de forma convincente la dimisión de Adolfo Suárez, el 23 F, Aznar...

Como dice el tópico, San Juan no deja títere con cabeza. Si la improvisación, el fluir de la actuación le lleva por otros márgenes, tiene unas notas junto a la mesa que sirve de único mobiliario que le permiten retomar el hilo previsto. Y unos cuantos libros con citas para iluminar. Y las ganas de que no se acabe. En un momento, recuerda que Albert Pla iba a actuar en Gijón y finalmente se impidió. “Yo estoy aquí”, dice. 

"¡No se ve!" 


Al comienzo, Alberto tenía la tentación de pasearse por la platea, entre todos nosotros, pero una voz de los de arriba, un “¡no se ve!” desde el primer anfiteatro, le hizo cambiar de opinión sobre la marcha. Una pena, porque junto a las sillas, por los pasillos, quizás habría sido posible ese diálogo con los espectadores que él mismo anunció en varias ocasiones. ¡Y tenerlo al lado!, más cerca que en ese Marat Sade en el que los locos se paseaban por el patio del María Guerrero. La fila once estaba demasiado lejos, pero lo suficientemente cerca para confirmar que no ha perdido ninguno de sus atractivos. Y que es un tipo que tiene una, dos y tres entrevistas, pero sobre su trabajo, su pensamiento, sus renuncias, sus realidades, no sobre sus amigos, que también. (¡A mí, a mí!).

Alberto San Juan se desnuda y desnuda a España. Una iniciativa de las artes escénicas que forman, entretienen e informan, desde el Teatro del Barrio. Que ojalá tenga continuidad, no en nuevas funciones, que ya hay, sino en su posibilidad de salida a todos los puntos cardinales de la península. “¡Quiero trabajar, que me contraten!”, repite incesantemente. Y si vienes por aquí, te volveremos a ir a ver en cada una de las ocasiones en que lo hagas.

El mejor resumen a su obra, a su repaso de España, de lo que somos, del equipaje que llevamos tras siglos de peleas, lo hacía él mismo, recitando como colofón “Apología y petición”, de Jaime Gil deBiedma, por cierto, tío de Esperanza Aguirre.
Como en Ruz-Bárcenas, queremos muchos más Autorretratos de un joven capitalista español. Y sabemos que el Teatro del Barrio los está gestando, mayéutico.